lunes, 3 de mayo de 2010

Del revés


Una vez más, el cielo se ha inundado con su propia lluvia...

Nieva hacia arriba.

El cielo brilla desde atrás, pero aun así duele demasiado.

Las calles están vacías, ya no hay trineos, ni niños disfrutando de los últimos montones de invierno.

Están repartiendo piruletas y pastelitos, pero ellos siguen sin salir. Yo les comprendo, las piruletas heladas perdieron su sabor hace ya mucho. Ya no pueden engañarles, bien por ellos.

Aunque esto se vea poco, un día no muy lejano, amanecerá de noche y la luna brillará de día. Es hermoso, yo lo he visto, pero no es real, por eso no pude sentirlo.

Los cristales ya no reflejan la realidad, sea lo que fuese eso, ya se terminó, y jamás volverá.
Es por eso que esta es una nueva vida, de gozos y sonrisas albinas. Un mundo nuevo que está pero que no existe. Un lienzo sin pintar y ya terminado.

Jugo de manzana = agrio.

No.

Jugo de naranja = agrio.

Cuando algo comienza recto, termina del revés. Por eso hay que dejar que el mar nade en los peces. Yo un día se lo permití, y logré escapar. Pero uno nunca escapa para siempre, pues vuelve y vuelve y vuelve y no deja de volver.
Aunque lo único que hay que hacer, es dejar que se canse.

jueves, 29 de abril de 2010

La obsesión de Fulgon (parte 3)


Todo había vuelto a la calma, los nocturnos habían firmado la paz con El Reino del Sol y no volverían a atacar. La noche había recuperado su esplendor junto con el brillo de los recuerdos de la hija de la luna. Pero... no todo estaba tan en calma como parecía, y Dinfen sospechaba sobre ello. Fulgon se estaba empezando a comportar de un modo muy extraño; se pasaba el día mirando por el alfeizar a quién sabe donde, metido en reflexiones que no compartía con nadie.

-Mi señor. ¿Le ocurre algo? ¿Hay algo que le preocupe?
-Buenas noches Dinfen. No, no me pasa nada.
-Permitid que lo vea por mi mismo. Solo será un momento. ¿Cuál fue la prueba que la mujer de las aguas te impuso?
-Fue una tontería, algo muy sencillo.
-Nunca te fíes de la sencillez de una mujer tan poderosa como ella. ¿Qué fue?
-Un beso. Solo tenía que besarle.
-Ten cuidado. Y si sientes deseos de ir por ella, no lo hagas. Porque será tu perdición, jamás regresarás a casa.
-Déjame, Dinfen.

Este, preocupado, se marchó de los aposentos del príncipe dejándolo solo. Se dirigió a la torre alta del castillo, donde tenía su biblioteca y todos sus escritos. Se quedó mirando el reino que su hijo había construido a la luz del amanecer.
Entonces, a lo lejos divisó un caballo blanco galopando hacia los límites del reino. Inmediatamente corrió a los aposentos de Fulgon, pero este ya no estaba allí. Dinfen se dirigió al ventanal, levantó la vista hacia el sol que se asomaba por el horizonte y rezó;

-Por favor, protege a tu hijo, a tu luz y tu calor.

Fulgon cabalgó buena parte de la mañana para cuando llego al Páramo Verde, al lago donde conoció a aquella mujer de belleza ancestral. Desmontó y repitió los pasos para hacer que la dama saliese de su escondite del lago; rozó el agua con los dedos creando una honda hasta llegar a la cascada, que se partió en dos. Allí estaba ella, con su vestido blanco, su pelo azulado, y sus ojos, negros como la noche. Esta avanzo hacia Fulgon por encima del agua hasta llegar a él, se detuvo esperando que él diera comienzo a la conversación pero en vista de que no lo hacía empezó ella misma;

-Dime Fulgon, ¿por qué has vuelto a venir?
-He traído la espada de vuelta.
-Muy bien.- Extendió sus maños sujetando la espada con delicadeza y la arrojó con sumo cuidado al fondo del lago.- ¿Algo más?

Fulgon agachó la cabeza. No tenía muy claro por qué, simplemente había ido allí porque sentía la necesidad de volver a verla, de volver a estar con aquella mujer.

-Quería volver a verte. Nunca había conocido a nadie como tú. ¿Quién eres?
-No soy nada y lo soy todo, soy el agua que corre por los ríos y que se hunde en este -lago, pero a la vez no existo. Por eso estoy aquí sola.
-A mi no me importa estar a tu lado.
-Eso es porque tú, príncipe de la corte del sol, no has podido contra el deseo de estar junto a una mujer. Esa era tu prueba.
-No, no es cierto, yo he venido aquí porque yo he querido.
-Entonces, ¿ serías capaz de no volver jamás?
-…
-Ya veo. Puedes hacer e ir donde te plazca si aun estás a tiempo de recuperar algo de tu voluntad. Pero as de saber, que nunca seré tuya, ni de nadie.
-Te esperaré.
-¡Jah! ¿esperarme? Estarás muerto dentro de unos años y yo seguiré aquí intacta y joven.
-Entonces me quedaré aquí por siempre.
-¿Es eso lo que quieres? ¿ese es el precio que pagarás por el préstamo de la espada? ¿tu alma?
-Si.
-Muy bien. Te quedaras aquí para siempre.

Dicho esto, el agua del lago comenzó a arremolinarse entorno a Fulgon envolviéndolo y atrapándolo en un enorme remolino de agua. Y cuando todo quedó en calma nada se movía en el lago; las aguas estaban tranquilas en su cauce, la dama del lago había desaparecido y todo estaba repleto de un profundo silencio.
Dinfen cabalgaba lo más rápido que podía, ya estaba llegando al lago después de tan largo camino. Al llegar desmontó y hechó un vistazo a las aguas, estaban en calma. De repente su mirada se clavó en una figura inconfundible y descubrió con horror a su hijo arrodillado, ahora convertido en una estatua de piedra, en un gesto de respeto mientras las aguas de la orilla acariciaban lo que antaño habían sido sus pies.

jueves, 4 de marzo de 2010

La espada de los elementos (Parte 2)


Lunnaen avanzó hasta él por encima del agua, como si ésta fuese sólida. Se detuvo a unos pocos pasos de él.

-No seas arpía. Sé que ésta no es tu forma original. Muéstrate.

La mujer ladeó la cabeza, sonrió y cambió de forma; vestía un precioso vestido blanco con caída, y tenía el pelo largo y azul. Sus ojos eran completamente negros, sin distinción de pupila y córnea. Su piel era muy pálida y tenía un toque azulado. Era una mujer bellísima.

-Eres muy astuto. Te pondré otra prueba entonces. Si de verdad quieres la espada tal -y como las aguas me han dicho, tendrás que besarme antes.
-¿Cómo dices?
-Oh vamos. ¿O es que acaso temes olvidar a la mujer que amas?
-Eso es algo imposible.
-Entonces, ¿qué problema tienes? Solo será un beso, y un beso tendrá la importancia que tú quieras darle.
-…

Ella se acercó a él hasta quedarse a escasos centímetros de su rostro. Él se inclinó hacia ella y posó sus labios sobre los de ella.
De repente, el agua del lago se arremolinó entre los cuerpos de ambos, enredándolos, envolviendo y acariciando sus pieles, recorriendo todas las partículas de sus cuerpos...
Poco a poco, el agua fue volviendo a su cauce a medida que el beso terminaba; y al finalizar, ambos estaban empapados. Ella sonrió complacida y le entregó la espada a Fulgon.

-Con ella podrás detener a todo aquel con corazón oscuro, pero tu orden ha de ser clara, de otro modo, ella hará lo que le plazca. Esta no es una espada cualquiera.
-Gracias.

La mujer inclinó la cabeza, las aguas ascendieron por su cuerpo, envolviéndola entera, hasta tragársela. Una vez en calma el lago, solo se hallaba Fulgon, con la espada de los elementos entre sus manos y la mirada perdida en las aguas del misterioso lago.

A lo lejos se escuchaba el galopar de un caballo, cada vez más y más cerca. Fulgon se giró en la dirección de donde provenía el sonido, esperando pacientemente. De repente, de entre los árboles apareció Dinfen montado en su caballo. Parecía nervioso y asustado.

-¡Fulgon! Debes darte prisa. ¡Las tropas oscuras han llegado ya a las murallas y no resistiremos mucho más!¿Has conseguido la espada?
- Si. Ya la tengo. Vayámonos de aquí. ¿Cómo has conseguido salir de la ciudad?
-Por los pasadizos que dan al bosque, es la única vía de acceso a la ciudad ahora mismo.

Cabalgaron hacia la ciudad, se adentraron en los pasadizos secretos que atravesaban las murallas por debajo de estas, y una vez dentro de la fortaleza, guardaron sus respectivos caballos y se dirigieron a las puertas ahora cerradas de la muralla.

-Mi señor, antes de que atraveséis los muros para enfrentaros a las tropas de la noche, permitidme ver la espada por favor.

Dinfen, a pesar de ser el padre de fulgon se refería a él con respeto servicial cuando estaban en compañía de mas gente de la ciudad, pues era la postura correcta que debía mostrar hacia el príncipe, por mucho que fuese su propio hijo.

-Claro Dinfen, pero date prisa.

Dinfen sujetó la espada entre sus manos, cerró los ojos. Una leve sacudida izo que su cuerpo se tambalease y abrió los ojos.

-El modo correcto de utilizar esta espada es el de transmitirle tus sentimientos, dejar que estos ocupen cada parte de tu ser. Entonces ella lo tomara como una orden y realizará lo que desees.
- Muy bien, lo intentaré. ¡Abridme las puertas!

Poco a poco las puertas de la gran muralla blanca se abrieron para Fulgon, que quedo posicionado entre las tropas enemigas y su ciudad. La noche se había adueñado del cielo, y la luna, gris y apagada, se mostraba llena.
Fulgon elevó la espada al cielo, e intentó transmitir todo aquello que sentía.

-Por ti mi amor, que tu recuerdo calme su furia.

Entonces, clavó la espada en el suelo. Una honda de aire acarició los rostros de los presentes , y de la espada comenzaron a brotar raíces, chorros de agua y rayos de fuego. Estos fueron extendiéndose por toda la ciudad y el reino, encerrándolo todo en una cúpula de diferentes elementos. A continuación, aparecieron de la espada una especie de episodios e imágenes espectrales. Los recuerdos que Fulgon guardaba de Lunnaen comenzaron a extenderse por doquier, y en un momento dado, todos ellos, se concentraron en un mismo sitio formando un enorme chorro de luz que ascendió al cielo desgarrando completamente la esfera en la que estaban envueltos, y chocó con la luna, y así ésta, recuperó su brillo.

Finalmente, los habitantes de las tierras de “La Noche Eterna”, pactaron un acuerdo de paz con “La Ciudad del Sol” en memoria de su señora.

viernes, 12 de febrero de 2010

Fulgon, hijo del sol (parte 1)


Fulgon despertó en medio del caos. Las tropas oscuras de la noche habían atacado y estaban masacrando el reino del sol. Inmediatamente mandó a los soldados de la legión ardiente a la batalla con la orden de frenar a los nocturnos, pero no de matarlos. Él entendía perfectamente la furia que guardaban dentro. Su señora, su luz, había muerto enferma; y por ello, él mismo se sentía enfermo por dentro.
Lunnaen... no había noche en que no mirase a la luna recordando su piel, su rostro, sus labios fríos y dulces... esos recuerdos le taladraban la cabeza, pero se le antojaban tan bellos que se negaba a perderlos .
Mientras estaba sumido en su reflexión, el mago sabio del reino entró en sus aposentos. Fulgon se giró y pestañeó como saliendo de un trance.

-Hola Dinfen.
-Mi señor.- Dinfen era un hombre viejo, su piel estaba raída por el tiempo, una larga barba roja le caía hasta el pecho, y sus ojos cobrizos rebosaban sabiduría.- He venido a darnos una oportunidad.
-Habla pues. Sabes que tu consejo siempre es mportante para mi, padre.

Dinfen suspiró, se adelantó hasta el ventanal y se posicionó al lado de su hijo.

-Hijo mio, no me gusta el destino al que esto te llevará, pero no hay otra salida. Has de ir a ver a la dama del lago del Páramo Verde, ella guarda una espada sagrada; la espada de los elementos. Con ella podrás detener esta catástrofe.
-Muy bien. Entonces partiré ahora.
-Pero antes he de advertirte. Esa mujer no es humana. Ella pondrá a prueba tu fuerza y tu valor, y si consigues convencerla, entonces te proporcionará lo que desees. Pero no debes caer en su trampa; tomará la forma de lo que más ansías o amas. Te lo colocará delante de ti, cerca e inalcanzable. No debes caer en su trampa. No debes intentar alcanzar a Lunnaen, hijo.
-¿¡Lunnaen!?
-Será esa la forma que tome. Será igual que ella.

Fulgon se apartó violentamente de su padre, se dirigió a la puerta y bramó:

-¡Ninguna mujer podrá jamás igualarla! ¡JAMÁS!- Cerró la puerta y bajó las escaleras dirigiéndose a las caballerizas; preparó su caballo blanco y partió hacia el Páramo Verde.

Al atardecer había llegado al lago. Este no era muy grande y tenía una cascada al fondo. La vegetación de los alrededores era muy densa, y la luz del sol, que ya se escondía, le daba un brillo místico al agua.
Fulgon desmontó y se acercó a la orilla. Se agachó y rozó el agua con los dedos, creando una onda en el agua. La onda creció, surcó el lago entero hasta llegar a la cascada y no cesó hasta que ocurrió algo que él no se habría imaginado nunca; la cascada se partió en dos, y en el centro de esta se encontraba alguien a quien creía que no iba a volver a ver. Sostenía una espada en las manos, la espada de los elementos. Era Lunnaen.
Fulgon se quedó paralizado al verla, exactamente igual; con su pálida piel con brillo propio, su pelo rubio y largo, sus pieles de lobo envolviendo su cuerpo...todo en ella era igual excepto...sus ojos. Eran totalmente negros, no había vida en ellos. Ese morado espectral que recordaba de los bellos ojos de su amada, había desaparecido.