viernes, 12 de febrero de 2010

Fulgon, hijo del sol (parte 1)


Fulgon despertó en medio del caos. Las tropas oscuras de la noche habían atacado y estaban masacrando el reino del sol. Inmediatamente mandó a los soldados de la legión ardiente a la batalla con la orden de frenar a los nocturnos, pero no de matarlos. Él entendía perfectamente la furia que guardaban dentro. Su señora, su luz, había muerto enferma; y por ello, él mismo se sentía enfermo por dentro.
Lunnaen... no había noche en que no mirase a la luna recordando su piel, su rostro, sus labios fríos y dulces... esos recuerdos le taladraban la cabeza, pero se le antojaban tan bellos que se negaba a perderlos .
Mientras estaba sumido en su reflexión, el mago sabio del reino entró en sus aposentos. Fulgon se giró y pestañeó como saliendo de un trance.

-Hola Dinfen.
-Mi señor.- Dinfen era un hombre viejo, su piel estaba raída por el tiempo, una larga barba roja le caía hasta el pecho, y sus ojos cobrizos rebosaban sabiduría.- He venido a darnos una oportunidad.
-Habla pues. Sabes que tu consejo siempre es mportante para mi, padre.

Dinfen suspiró, se adelantó hasta el ventanal y se posicionó al lado de su hijo.

-Hijo mio, no me gusta el destino al que esto te llevará, pero no hay otra salida. Has de ir a ver a la dama del lago del Páramo Verde, ella guarda una espada sagrada; la espada de los elementos. Con ella podrás detener esta catástrofe.
-Muy bien. Entonces partiré ahora.
-Pero antes he de advertirte. Esa mujer no es humana. Ella pondrá a prueba tu fuerza y tu valor, y si consigues convencerla, entonces te proporcionará lo que desees. Pero no debes caer en su trampa; tomará la forma de lo que más ansías o amas. Te lo colocará delante de ti, cerca e inalcanzable. No debes caer en su trampa. No debes intentar alcanzar a Lunnaen, hijo.
-¿¡Lunnaen!?
-Será esa la forma que tome. Será igual que ella.

Fulgon se apartó violentamente de su padre, se dirigió a la puerta y bramó:

-¡Ninguna mujer podrá jamás igualarla! ¡JAMÁS!- Cerró la puerta y bajó las escaleras dirigiéndose a las caballerizas; preparó su caballo blanco y partió hacia el Páramo Verde.

Al atardecer había llegado al lago. Este no era muy grande y tenía una cascada al fondo. La vegetación de los alrededores era muy densa, y la luz del sol, que ya se escondía, le daba un brillo místico al agua.
Fulgon desmontó y se acercó a la orilla. Se agachó y rozó el agua con los dedos, creando una onda en el agua. La onda creció, surcó el lago entero hasta llegar a la cascada y no cesó hasta que ocurrió algo que él no se habría imaginado nunca; la cascada se partió en dos, y en el centro de esta se encontraba alguien a quien creía que no iba a volver a ver. Sostenía una espada en las manos, la espada de los elementos. Era Lunnaen.
Fulgon se quedó paralizado al verla, exactamente igual; con su pálida piel con brillo propio, su pelo rubio y largo, sus pieles de lobo envolviendo su cuerpo...todo en ella era igual excepto...sus ojos. Eran totalmente negros, no había vida en ellos. Ese morado espectral que recordaba de los bellos ojos de su amada, había desaparecido.