“Clack”.
Abrí los ojos, mi familia al fin se había ido a descansar. La luz
de la luna se filtraba a través de las ventanas inundando mi
habitación, bastante amplia y con robustos muebles de caoba. Me
deslicé hasta mi armario y elegí uno de los vestidos más cómodos
para andar, sin mucho vuelo y algo desgastado por los años,
resultaba ser muy confortable debido a su uso. Salí al pasillo de mi
casa temerosa, con el corazón latiendo apresuradamente dentro de mi
pecho. La calma reinaba en el largo pasillo, cubierto en penumbras.
Con los zapatos en mano para no hacer un ruido al salir, recorrí los
largos pasillos. El suelo, de madera vieja, chirriaba en algunos
lugares bajo mis descalzos pies, pero nadie pareció advertirlo.
Finalmente,
salí de la casa. La noche era templada, el viento no arrastraba las
hojas a su antojo, las blancas nubes recorrían con calma el cielo
nocturno. Y la luna parecía reinar en la noche más hermosa que
nunca.
Hace
no mucho tiempo pude ver de casualidad, como algunos chicos plebeyos,
escapaban de la parte noble de la ciudad a través de las murallas
sin ser vistos por nadie, y desde entonces utilizo el mismo camino
que ellos para huir.
No
me costó mucho llegar hasta las murallas que rodeaban la ciudad,
puesto que mi casa se encontraba cerca de las mismas. Recorrí la
muralla hasta llegar a una casa de piedra gris bastante grande.
Entonces, me agaché, y con todas mis fuerzas empujé la piedra de la
parte baja de la muralla. Esta comenzó a moverse lentamente hasta
que al final, quedó al descubierto un pequeño agujero que
atravesaba la gruesa pared por debajo.
Atravesé
el bosque iluminando mi camino unicamente con la luz de un candil.
Sabía exactamente a donde tenia que dirigirme, cada noche mis pasos
eran los mismos, los que me guiaban hacia un pequeño resquicio de
libertad.
Los
árboles eran robustos e infinitos, de alguna manera, aportaban
tranquilidad, siempre tan quietos, sumidos en un letargo sin fin.
Finalmente
llegué a un gran claro en el bosque, donde los pies de una montaña
impedían la expansión del mismo. Allí, había un pequeño risco,
situado a poca altura. Como cada noche, subí hasta él y me senté
dejando que mis piernas se asomasen al pequeño abismo. Así pasé
unas dos horas más o menos, simplemente sentada, disfrutando de la
paz que en ningún otro sitio había conseguido encontrar. El olor a
pino y los cantos de los grillos junto con la tranquilidad del lugar
hacían que mi mente se sumiese como en un leve sueño, en el que
nadie podía entrar.
((
Mi vida era una rueda giratoria y repetitiva. Todos los días eran
iguales, grises, sin color. Una pequeña prisión de la que no podía
escapar. La rutina era como un gran peso que soportaba mi espalda día
tras día. Sin poder dejar de pensar ni un solo minuto. Las grandes
reuniones a las que mi familia como nuevos ricos tenían que asistir,
mi deber de mantener buenas relaciones llenas de sonrisas falsas con
todo el mundo, detrás de una máscara. Odiaba no poder ser yo misma,
no poder decir lo que pensaba, tener que mentir una y otra y otra vez
solo por los vienes materiales y una buena posición. Lo entendía,
pero cada día me pesaba más y más.
En
muchas ocasiones, cuando salíamos mis padres y yo a dar un paseo en
carruaje, veía a los niños pobres jugando entre sí. Riendo casi
hasta el llanto, gritando, corriendo, manchando sus ropas sin ningún
temor... los envidiaba, y de algún modo pensé que esos niños,
aunque no lo sabían poseían algo muy valioso. ))
Abrí
los ojos, llevaba mucho tiempo fuera de casa, debía regresar.
Descendí cuidadosamente del risco mientras agitaba las faldas de mi
vestido manchado de tierra. Abandoné el claro, y me adentré en el
bosque. Caminé entre los verdes gigantes con prisa, y solo al rato
me percaté, de que algo no iba como debía. Me detuve en medio de la
oscuridad, sin apenas respirar y centrándome en escuchar. No se oía
nada. Ni los grillos cantaban en las sombras. Asustada por lo que
podría suceder, eché a correr por el bosque, ansiando llegar a las
murallas y refugiarme dentro de los altos muros de la ciudad. Apenas
atisbaba las formas que tenía a mi alrededor, entonces, choqué con
algo y tropecé hacia detrás, cayendo al suelo. Levanté el farol
temerosa. Un hombre, de mediana edad, pero tenía la piel raída y
oscurecida por los rayos del sol. Un jornalero lo más probable, que
me miraba con una sonrisa poco tranquilizadora.
- ¿ Se ha perdido... señorita?
- N-no, solo regresaba a casa, se me ha hecho algo tarde dando un paseo por el bosque.
- Y, ¿ sus padres nunca le han contado porque no se les debe hacer tarde el pasear por los alrededores a chicas como usted ?
Mi
cuerpo se paralizó, hasta ese momento no lo había advertido, pero,
detrás de ese hombre pude ver a otros tres más. Entonces, supe lo
que iba a suceder. Sin pensarlo dos veces, cogí impulso y aticé con
el farol en la cara del hombre más cercano. Este profirió un grito
de dolor llevándose las manos al rostro, momento que aproveché para
correr.
Mi
respiración se había convertido en ruidosos jadeos por el cansancio
y el terror que me invadían cada vez más deprisa, oía las fuertes
pisadas de los hombres no muy por detrás de mi, y por su puesto,
cada vez más cerca, ellos eran mucho más fuertes que yo.
Corrí
lo que me parecieron horas entre la negrura del bosque, sin luz y
tropezando una y otra vez con la maleza, hasta que al final tropecé
y caí cuan larga era arañándome la piel con las zarzas del camino.
Seguidamente noté unas manos sobre mis hombros que me alzaron y me
dieron la vuelta. Tenía un hombre encima de mi, con la cara algo
ensangrentada por el golpe que le dí antes.
- Esto no lo vas a olvidar en tu vida, ¡zorra!
Los
otros tres me agarraron para que no pudiese moverme, entonces grite.
Grité todo lo que pude hasta que mi propia voz martilleaba en mi
mente y hasta que noté como mi garganta se desgarraba por el
esfuerzo. Unas manos fuertes sellaron mis labios asegurándose de que
no volvería a articular palabra mientras ellos terminaban.
En
ese momento, el jornalero que tenía encima, con los ojos
desorbitados y una sonrisa malévola agarró la tela del vestido por
mi pecho y lo desgarró.
Me
sentía exhausta, sin más fuerzas para luchar, mi visión comenzó a
nublarse... entonces, la presión que notaba sobre mi aminoró, y
escuche gritos de terror y dolor surcando el bosque, muy cerca de mi.
Intenté mantenerme alerta pero me era muy difícil. Me incorporé lo
que pude y ví una escena que no se me olvidará jamás; tres de los
hombres yacían inertes en el suelo, con la sangre extendiéndose a
su alrededor, otro grito resonó entre los árboles, enfoqué la
vista todo lo que pude, el cuarto hombre corría, y entonces una
sombra, más veloz que otra cosa que hubiese visto antes se abalanzó
sobre ella y acalló sus gritos con la muerte. Mi visión volvió a
teñirse de negro, me desplomé aún consciente sobre la tierra
húmeda. Abrí los ojos una vez más, un gran lobo gris se acercaba a
mi lentamente, con la poca luz que había pude ver que tenía el
hermoso pelaje cubierto de sangre. Quise gritar, pedir auxilio,
sabiendo que era inútil y que seguramente acabaría como aquellos
hombres. Por último, miré a la bestia y me encontré con unos
preciosos ojos dorados como el amanecer, antes de que las sombras me
arrancasen de la consciencia y me llevasen a su seno.
Desperté,
aun notaba el dolor en mis extremidades, allí donde me habían
agarrado con fuerza. Y mi cuerpo pesaba más que nunca, estaba
agotada, pero viva. De repente, noté sobre mi algo desconocido y
cálido, me incorporé para mirar. Alguien me había tapado con una
gabardina, me arropé aun más con ella agradecida por el calor que
me aportaba.
- Ya se ha despertado, ¿se encuentra bien?
Alcé
la mirada sorprendida y algo aturdida. Ante mí, se hallaba un
muchacho de unos 16 años sujetando un gran farol. Era alto, delgado
y no muy musculoso, pero igualmente atractivo. Su tez era muy blanca,
me recordó al mármol, este rasgo se acentuaba aun más debido a que
tanto su cabello como sus ojos eran de un color gris más bien
plateado. Era hermoso. Al darme cuenta de que me había quedado
mirándolo embelesada y sin responder, aparté mi mirada rápidamente.
Noté como mis mejillas ardían y supuse que me habría sonrojado.
- No lo se... aún me siento algo desorientada... - Entonces, me percaté de que no me encontraba en el mismo lugar que antes. - Espere, ¿ que ocurrió con el lobo ? ¿ y con esos hombres ?
- Cuando llegué hasta usted no había lobos allí señorita, debieron oír que alguien se acercaba y huyeron. Pero lo que si sé es que el animal mató a los cuatro hombres. La traje hasta aquí porque pensé que le agradaría más despertar en un ambiente menos hostil.
- Muchas gracias...
- James, mi nombre es James, pero todo el mundo me llama Jem.
- Encantada, mi nombre es Evelin. Y muchas gracias por ayudarme, aunque... creo que debería de regresar a casa.
- Si me lo permite, la acompañaré, aun está cansada y herida.
- Si... claro.
Jem
tendió su mano hacia mi. La acepté aún algo recelosa, demasiadas
cosas para una sola noche. Sus dedos eran largos, como los de un
músico. Y su piel fina y suave, aunque con algunas callosidades en
la palma de la mano. Me sorprendí ante tal contraste, y él se
percató.
- Discúlpeme, no quería molestarla.
- No tiene de que disculparse, ¿se debe al trabajo?- Aunque observando sus ropas no parecía que fuese un jornalero.
- No, se debe al instrumento con el que practico, al final hay ciertas partes que deben endurecerse para no sufrir.
- ¿Qué instrumento toca?
- El violín.
Y
así, recorrimos el trecho de bosque que nos separaban de la ciudad,
hasta que llegamos a las murallas de la misma. Mantuvimos una grata
conversación, conociéndonos. En una ocasión él me preguntó el
motivo por el cual salía al bosque cada noche. Y se lo expliqué lo
mejor que pude. No sabía porque, pero estar cerca de él me aportaba
tranquilidad y seguridad. Tenía la sensación de que él podría
entenderme.
- Es peligroso, sobre todo si se queda hasta altas horas de la noche. Aunque entiendo sus motivos. Todos necesitamos escapar alguna vez, yo lo hago a través de mi música.
- Me gustaría escucharla alguna vez.
Consciente
de lo que había dicho y teniendo en cuenta que apenas nos
conocíamos, me sonroje violentamente y desvié la mirada. Jem
pareció sorprenderse solo un segundo, y después sonrió.
- Estaría encantado de mostrárosla cuando queráis. Se me ocurre que, si no os parece mal, puedo esperarla aquí cada noche, y paseemos juntos por el bosque, escapemos juntos, vos a través del viento y la noche y yo a través de mis notas.
- Me encantaría que me acompañarais, Jem.
Y
así comenzó, cada noche nos reuníamos a las afueras de la ciudad,
atravesábamos el bosque juntos y una vez que llegábamos al claro,
Jem comenzaba a tocar su violín. Era una música hermosa, tranquila
que parecía acompañar al viento. Y yo pensaba, que nunca me había
sentido tan bien antes, como en esos momentos que compartía con él.
Una
noche, tras varios meses, nos encontrábamos en el claro, pero Jem no
comenzó a tocar su música.
- ¿Ocurre algo? Ya sabe que si puedo hacer lo que sea por ayudarlo... lo haré.
- Evelin, quiero hablarle de algo.
Le
miré sorprendida por la decisión que marcaba su voz. Me encaré a
él para mirarle a los ojos, al ver que me disponía a escucharle,
habló:
- Llevamos meses conociéndonos y ha de saber que usted es muy especial para mi, no soy muy bueno con las palabras, pero espero que las entienda. Me gustaría que, si no le parece mal, me tuteaseis.
- Entonces yo también quiero que me tutees Jem.
Él
me miró entre sorprendido y emocionado, sonrió. Adoro cuando
sonríe. Jem metió su mano en el bolsillo de la gabardina, sacó una
pequeña cajita de madera y me la tendió.
- Quiero que siempre lleves esto, porque en los momentos que yo no esté, te protegerá, y también podrás recordar que estaremos juntos y podremos escapar cada noche.
Abrí
la cajita, en el interior había un collar de madera tallada con un
extraño dibujo. Me lo puse de inmediato. Y le sonreí.
Jem
sacó su preciado violín y se dispuso a tocar. Tocó sin descanso, y
esa noche su música pareció ser más hermosa que cualquier otra
cosa en la tierra.
(Ilustración hecha por Irantzu Torres)
(Ilustración hecha por Irantzu Torres)