jueves, 4 de marzo de 2010

La espada de los elementos (Parte 2)


Lunnaen avanzó hasta él por encima del agua, como si ésta fuese sólida. Se detuvo a unos pocos pasos de él.

-No seas arpía. Sé que ésta no es tu forma original. Muéstrate.

La mujer ladeó la cabeza, sonrió y cambió de forma; vestía un precioso vestido blanco con caída, y tenía el pelo largo y azul. Sus ojos eran completamente negros, sin distinción de pupila y córnea. Su piel era muy pálida y tenía un toque azulado. Era una mujer bellísima.

-Eres muy astuto. Te pondré otra prueba entonces. Si de verdad quieres la espada tal -y como las aguas me han dicho, tendrás que besarme antes.
-¿Cómo dices?
-Oh vamos. ¿O es que acaso temes olvidar a la mujer que amas?
-Eso es algo imposible.
-Entonces, ¿qué problema tienes? Solo será un beso, y un beso tendrá la importancia que tú quieras darle.
-…

Ella se acercó a él hasta quedarse a escasos centímetros de su rostro. Él se inclinó hacia ella y posó sus labios sobre los de ella.
De repente, el agua del lago se arremolinó entre los cuerpos de ambos, enredándolos, envolviendo y acariciando sus pieles, recorriendo todas las partículas de sus cuerpos...
Poco a poco, el agua fue volviendo a su cauce a medida que el beso terminaba; y al finalizar, ambos estaban empapados. Ella sonrió complacida y le entregó la espada a Fulgon.

-Con ella podrás detener a todo aquel con corazón oscuro, pero tu orden ha de ser clara, de otro modo, ella hará lo que le plazca. Esta no es una espada cualquiera.
-Gracias.

La mujer inclinó la cabeza, las aguas ascendieron por su cuerpo, envolviéndola entera, hasta tragársela. Una vez en calma el lago, solo se hallaba Fulgon, con la espada de los elementos entre sus manos y la mirada perdida en las aguas del misterioso lago.

A lo lejos se escuchaba el galopar de un caballo, cada vez más y más cerca. Fulgon se giró en la dirección de donde provenía el sonido, esperando pacientemente. De repente, de entre los árboles apareció Dinfen montado en su caballo. Parecía nervioso y asustado.

-¡Fulgon! Debes darte prisa. ¡Las tropas oscuras han llegado ya a las murallas y no resistiremos mucho más!¿Has conseguido la espada?
- Si. Ya la tengo. Vayámonos de aquí. ¿Cómo has conseguido salir de la ciudad?
-Por los pasadizos que dan al bosque, es la única vía de acceso a la ciudad ahora mismo.

Cabalgaron hacia la ciudad, se adentraron en los pasadizos secretos que atravesaban las murallas por debajo de estas, y una vez dentro de la fortaleza, guardaron sus respectivos caballos y se dirigieron a las puertas ahora cerradas de la muralla.

-Mi señor, antes de que atraveséis los muros para enfrentaros a las tropas de la noche, permitidme ver la espada por favor.

Dinfen, a pesar de ser el padre de fulgon se refería a él con respeto servicial cuando estaban en compañía de mas gente de la ciudad, pues era la postura correcta que debía mostrar hacia el príncipe, por mucho que fuese su propio hijo.

-Claro Dinfen, pero date prisa.

Dinfen sujetó la espada entre sus manos, cerró los ojos. Una leve sacudida izo que su cuerpo se tambalease y abrió los ojos.

-El modo correcto de utilizar esta espada es el de transmitirle tus sentimientos, dejar que estos ocupen cada parte de tu ser. Entonces ella lo tomara como una orden y realizará lo que desees.
- Muy bien, lo intentaré. ¡Abridme las puertas!

Poco a poco las puertas de la gran muralla blanca se abrieron para Fulgon, que quedo posicionado entre las tropas enemigas y su ciudad. La noche se había adueñado del cielo, y la luna, gris y apagada, se mostraba llena.
Fulgon elevó la espada al cielo, e intentó transmitir todo aquello que sentía.

-Por ti mi amor, que tu recuerdo calme su furia.

Entonces, clavó la espada en el suelo. Una honda de aire acarició los rostros de los presentes , y de la espada comenzaron a brotar raíces, chorros de agua y rayos de fuego. Estos fueron extendiéndose por toda la ciudad y el reino, encerrándolo todo en una cúpula de diferentes elementos. A continuación, aparecieron de la espada una especie de episodios e imágenes espectrales. Los recuerdos que Fulgon guardaba de Lunnaen comenzaron a extenderse por doquier, y en un momento dado, todos ellos, se concentraron en un mismo sitio formando un enorme chorro de luz que ascendió al cielo desgarrando completamente la esfera en la que estaban envueltos, y chocó con la luna, y así ésta, recuperó su brillo.

Finalmente, los habitantes de las tierras de “La Noche Eterna”, pactaron un acuerdo de paz con “La Ciudad del Sol” en memoria de su señora.

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