viernes, 26 de septiembre de 2008

Paso a paso


Está claro, no me he podido esforzar más de lo que lo he hecho. No he podido luchar más de lo que he luchado. No he podido sacrificar más de lo que ya he sacrificado.

He perseguido lo que quiero hasta el final. De hecho, sé que el camino que he escogido no es nada fácil, pero… ¿acaso hay algo fácil en la vida? No. De modo que no queda otra. Hay que continuar.

Aquí estoy.

Sigo adelante con mi nueva rutina; la que empecé junto con el comienzo del nuevo curso, y con la que por primera vez, me siento a gusto y satisfecha.

Camino entre la bruma fantasmal de las mañanas de invierno, temprano, a paso lento.

Todas las mañanas veo las mismas caras, las mismas expresiones amargas. Pero nada de eso me cansa, ni me asusta.

A mi derecha y a diario a la misma hora, el mismo jubilado con traje, montado en bici pasa a mi lado, cuesta abajo por el destrozado asfalto de la carretera. Fingiendo ir al trabajo en un intento de engañarse a si mismo a la vez que a los demás, en un intento de aparentar una vida medianamente activa.
Los mismos gamberros de siempre, junto con su misma cara de odio, desbarajustando las calles y creando el caos a su paso.

Pero nada de eso me frustra.

Sigo adelante a pesar de las miradas que observan con cierto asco mis andares rápidos y calculados. Andares que hacen crujir las hojas muertas, ya caídas de los árboles. Como cuando un mosquito cae después de hacer una gran fechoría en una tierna piel.

Los metales de mis botas suenan a mi paso.

La gente se gira, me observa de arriba abajo.

Pero nada de eso me importa, nada de eso tiene importancia.

Y aunque haya tenido que dejar a muchas personas queridas atrás por el momento, aunque haya tenido que complementarme a otra gente, a otro ambiente, no me importa.

Porque he conseguido lo que siempre he querido.

Estar aquí.

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